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  • Writer's pictureHumberto Calles

Canto XIV

Elsewhere


Fotografía: Nicolás Aguilar (Cuernavaca, 2006)


Betty Ann llegó a la Ciudad de México proveniente de Salzburgo. Tan pronto pisó las inestables tierras de esta gran urbe, buscó una galería para exponer la que sería su obra maestra. Betty Ann sin duda batalló para hacerse de un espacio. Tuvo que reunirse con un río de gente hasta que una pequeña cooperativa la invitó a montar su exposición en la antigua casa de un escultor en Cuernavaca.

El día de la apertura, Betty Ann llegó temprano a las instalaciones con el propósito de estudiar la disposición de lámparas, ventanas y otros elementos que impactaban la vista del vestíbulo. Como hecho curioso, el comité organizador recuerda que Betty Ann de inmediato comenzó a mover y a replegar los bastidores vacíos que se encontraban en la sala de recepción, formando una especie de óvalo en cuyo núcleo colocó un tapete precioso de Temoaya.


El recorrido inaugural transcurrió sin la solemnidad que caracteriza los recorridos de este género; de hecho, los asistentes deambulaban azoradamente por la sala, pues no lograban dar con cuadros, fotografías ni nada por el estilo. Media hora más tarde, Betty Ann sorprendió al público cuando se despojó de sus atavíos y posó desnuda en medio de la gente. Atónitos, los espectadores divisaron escalofriantes cicatrices que se enclavaban en la humanidad de la artista. Su mapa anatómico era eso: un mapa: había zurcos pequeños y zurcos grandes (algunos llegaban a medir hasta quince centímetros de largo), había también ariscos islotes que delataban quemaduras de metales puestos sobre una fragua.


Aprovechando la consternación de la sala, Betty Ann se puso de pie y sin solecismos musitó: «Mi cuerpo, como el de muchas otras mujeres, ha sido violentado en nombre de la virilidad, y por el momento solo necesitan saber que mi cuerpo no es lo que venía a mostrarles. En un mundo donde las mujeres somos vulneradas, se trabaja día a día para que los ojos pierdan su brillo. El auténtico arte consiste entonces en refugiarse una misma en su mirada, tapiar la melancolía y la ansiedad detrás de los párpados: la cárcel del alma, prisión de nuestros adentros; esta es mi verdadera y única obra».


Al final de la exposición, cuando Betty Ann ya había recogido su tapete y enfilaba hacia la puerta de salida, la gente comenzó a encontrar imágenes regadas a lo largo de las instalaciones. El material iconográfico representaba inexcusablemente los ojos de Betty Ann. Con un realismo aplastante, a lo ancho de la pupila se alcanzaba a dibujar la figura de un hombre con barba y cuello de tortuga, el cual sostenía con la mano izquierda una rosa en llamas, al tiempo que esbozaba un sonrisa y unos bellos dientes.


Podemos decir que Betty Ann quedó sepultada en México, pues hasta donde se supo regresó a Austria, retomó su verdadero nombre e inició una carrera dentro del activismo libertario. Nunca más se supo de Betty Ann.


 

Entre cuerdas


Fotografía: Nicolás Aguilar (San Francisco, 2009)


El chico en cuclillas es Roman. Bueno, Roman es el nombre con el que yo lo bauticé años más tarde, cuando ya tocaba con la orquesta filarmónica Requena y empezaba a granjearme un nombre en el medio musical de Nueva York. A Roman le adjudico mi buena fortuna y me gusta pensar que él fue el primer sujeto en creer en mí.


La noche que fue tomada esta fotografía, yo interpretaba algo de Morricone en la estación de Central St. ¿Que qué hacía un contrabajista de mi talla tocando en el metro? Vaya pregunta, hijo: ya nadie nace siendo un Brahms, un Sibelius, un Beethoven; se necesita de mucha diligencia para llegar a ser algo en la vida…


Mientras concluyes tus notas, te voy a contar algo. Ocurre que por aquellos días me habían rechazado del conservatorio por segunda ocasión y yo me sentía verdaderamente abatido. Años después, comprendí el valor de esa tristeza, pues ese mismo dolor me empujó a tocar en los espacios públicos de la Gran Manzana, lo cual a la postre sirvió para que el director de la NMMA escuchara mi trabajo y me ofreciera un puesto en la filarmónica.


¿Te mencioné que Roman creyó en mí cuando nadie más lo hacía? Bueno, pero eso sólo lo digo de manera figurada. Durante aquella época, cuando tocaba afuera de las cafeterías o en los parques, la gente hacía como que yo no existía, que no estaba allí, pasaba de largo y apenas me dirigía la mirada. Hasta que llegó Roman, quien aquella noche se instaló frente a mí y me miró firmemente durante quince minutos. Cuando terminé de tocar “Studio”, Roman se puso de pie y aplaudió como un niño. No sé si sea correcto utilizar esta expresión, pero debo decir que Roman lucía desbordado por algún sentimiento entre la alegría y el júbilo. ¿Te parece si me vas ayudando a apuntar el número de cuenta? Gracias.


Pienso que Roman creyó en mí porque, en cuanto terminé mi número, nos pusimos a platicar sobre música… En efecto, como dices: Roman posiblemente sufría de esquizofrenia u otra cosa. Al principio no lo noté, y la verdad es que poco me interesó lo que pasaba con el chico, pero en algún momento de nuestra conversación Roman mencionó que llegó a sentir la tesitura de las cuerdas de mi contrabajo en su palma, que sus dedos reverberaban cuando yo tañía las cuerdas. Sin que le diera pauta, Roman empezó de pronto a divagar: que las trompetas se sienten como las plumas de las aves, que hay tambores que pueden sentirse rígidos como un malvavisco o tambores que se ponen trémulos como una gelatina. Siendo sinceros, la idea no me pareció extravagante, pues muchas veces he sentido la música de la misma manera que Roman. Y no fueron sus palabras las que me conmovieron aquella noche, sino que simple y llanamente me hizo saber que no estaba solo, que alguien más en esta ciudad podía sentir una nota en el centro del pecho, que la música es el Arte por excelencia pues aviva todos los sentidos, un lugar abstracto que el tacto, el olfato, la vista y el oído hacen asequible. ¿Ya terminaste de apuntar? Aquí tienes mi carnet, toma los datos que necesites.


Hace una semana lo volví a ver después de muchos años. Caminaba tras bambalinas del Geffen Hall y entró de incógnito a mi camerino. Por supuesto que le pedí a la gente de seguridad que le vedaran el acceso, pero dicen que no han visto a nadie con esa descripción. Como aquel fue mi cuarto incidente en el último mes, el médico de la orquesta me sugirió que visitara este nosocomio. Así que vamos, termina con esta operación y haz lo que tengas que hacer. Hace un momento vi a Roman recorriendo los jardines exteriores.Cuando vio que descendí del taxi, esbozó una sonrisa burlona y se quedó mirándome. Vamos, date prisa. No quiero que me vea así.


 

Far from God


Fotografía: Nicolás Aguilar (San Francisco, 2009)


Yo solía ser el sacerdote del templo de K’umanel y, como tal, era una figura de respeto en mi pueblo. La gente acudía a las grandes montañas de Guatemala en busca de mi consejo y mis encantos. Nunca tuve ni busqué su reverencia, pues nuestra armonía era tal que cantábamos juntos al lado de la naturaleza.


Un día llegaron a mi pueblo hombres con cascos y botas, acompañados de sus máquinas y progreso. Nos dijeron que a través de nuestras chabolas y cementerios iba a pasar una carretera que desembocaría en Panamá. Y a pesar de nuestra resistencia y después de tres años, los Ingenieros (así llamados) derribaron y tumbaron nuestra historia y la sepultaron bajo un terraplén de 40 metros.


Callaron nuestro canto y acallaron nuestras voces, y entonces tuvimos que migrar. Yo decidí venirme a los Estados Unidos ,y si antes probaba la sangre de los enfermos para determinar e indicar su cura, aquí solo me queda libar el jugo de los arbustos cuando llueve o comprar el aguardiente barato que me recetan los tenderos de sus centros comerciales.


Aquí, a lo largo de las anchas avenidas, se desplazan hombres y mujeres perfumados, elegantes y groseros; en mi aldea la gente amaba su lengua, cuidaba su palabras, ya que eran el medio por el cual tendemos un puente con nuestro entorno; aquí, en cambio, todo el tiempo están hablando y nunca hay silencio, hay siempre ruido. Es como si quisieran cortar todo lazo con nuestra naturaleza. Y no hay chamanes ni gente sabia del concejo. La ciudad ha terminado por agotarme; a su gente no le intereso, su gente me ve callar.

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