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  • Fernando Lucio Escalera

Eli, Eli, Lama, Sabachthani

Una vez conocí a una bruja de grandes y profundos ojos negros.


Yo no sabía entonces que ella era una. Eli se enamoró de mí perdidamente y me llenaba de obsequios, fragancias y flores desde preparatoria. No correspondí su cariño porque a mí me gustan los hombres; varoniles, morenos y de olor fuerte. Se lo decía muy claro cada vez que me traía algún regalo, me dedicaba una canción o recibía una de sus constantes cartas. Muchas jamás las leí.


Yo pasaba mis días solo y las noches masturbándome pensando en esos hombres varoniles, morenos y de olor fuerte que, generalmente, no gustan la compañía íntima de su mismo sexo. Mi vida amorosa siempre fue un fiasco.


Así pasaron los años, pero un día recibí una de sus cartas; la que puso fin a la cordialidad que le tenía porque, a pesar de mis rechazos, jamás fui grosero ni corté la poca comunicación que llegábamos a tener. Hasta cierto punto la consideraba una amiga.


La carta de la que hablo la abrí extrañado, pues despedía un aroma que de inmediato me provocó una erección. Olía al vestidor de hombres de un gimnasio, olía a axila sudada, a entrepierna de varón, a pies húmedos y tibios de macho. Ese hedor para mí era como una droga poderosa, pero de pronto, entre el éxtasis, mi razón irrumpió de golpe. ¿Cómo un trozo de papel podía contener tal esencia? Caí en cuenta entonces que la carta estaba escrita con sangre... Unas fotos instantáneas que acompañaban la misiva mostraban profundos cortes en unos brazos que seguramente eran de ella. Y amenaza tras amenaza, entre símbolos extraños y clarísimos pentagramas, la frase Vas a ser mío fue la primera y última sentencia que estaba dispuesto a soportar.


Le mandé una nota de voz, luego de desbloquear su teléfono en mi celular, diciéndole que esta vez había ido demasiado lejos. Le pedí que por favor dejara de buscarme y evitara enviarme cualquier cosa. Que lo que ella deseaba yo no podría dárselo jamás y que se olvidara de mí. Finalmente, le sugerí que buscara atención profesional porque mandar una carta escrita con su sangre y lastimarse de ese modo no estaba bien en absoluto. Tan pronto remití la nota, su estado la mostró como conectada y dos palomitas azules indicaron que el audio había sido escuchado.


Esperé respuesta unos minutos, de pie a un lado del recibidor de mi departamento. Decidí bloquear su número otra vez, pero antes de poder hacerlo me di cuenta de que ella me había bloqueado primero. Eso fue más fácil de lo que esperaba, me dije.


Quemé la carta en la tina del baño. Quería quemar todas las demás, pero se haría una pira inquisitorial en cuatro metros cuadrados, así que mejor metí todo lo que me había dado en una enorme bolsa negra de basura que tiraría al día siguiente.


Esa noche soñé con ella. Soñé que lo que ardía en mi bañera era el cuerpo entero de Eli mientras cortaba sus brazos con un trozo de vidrio y reía como una desquiciada. Vas a ser mío. Su sangre a borbotones llegó hasta mis pies desnudos mientras yo la veía horrorizado desde la puerta del baño.


Desperté sobresaltado, pero con el alivio de saber que todo había sido un sueño. El agua del grifo arrastró la ceniza de la carta por el desagüe antes de poner el tapón y darme una hora de relajación en mi tina. Saqué a la calle la bolsa negra junto a la demás basura y me olvidé por completo del asunto. Pasaron los días, las semanas y ninguna noticia. En redes sociales sus últimas publicaciones habían sido el mismo día de aquella carta. Me empecé a preocupar un poco. No sabía si sus amigos estarían acompañándola; no sabía si tenía aún amigos en realidad. Los pocos que le llegué a conocer me odiaban, seguramente porque creían que yo era el malo en la historia, y me tenían bloqueado, así que no podía ni dar aviso de sus actitudes. Ni aviso ni advertencia.


Días después recibí un mensaje de una de sus amigas más cercanas, a la que yo conocía en persona, luego de que me desbloqueara para escribirme:


—Hola, Martín. Perdón si te molesto, pero estamos muy preocupados por Eli. ¿De casualidad no está contigo o sabes algo de ella? Soy Marta.


Marta había sido compañera mía en la preparatoria, amiga de Eli desde siempre. Le respondí que no estaba conmigo y le conté sobre aquella carta y las fotos de sus brazos heridos y sangrantes. Me dijo que se las mostrara o se las mandara pero no había forma, me deshice de todo hacía casi un mes y medio.


—Tenemos miedo de que haya hecho una locura. Estaba metida en cosas muy oscuras, Martín. Y como todos sabemos, tú eras su obsesión más grande.


—¿Pero en qué cosas estaba metida? ¿Dijo algo? ¿Le avisó a alguien que se iría a algún lado? No sé…


—Brujería y esas mierdas. Y no, no dijo nada. Lo único que sabemos es que se fue. La policía también ya está enterada y nos está ayudando, pero ya sabes que la policía en este país es una mierda. Como no se robaron nada ni hubo señales de violencia en su casa, nos dicen que se fue de fiesta. Pero ella no es así.


—No sé si sea buena idea que yo trate de contactarla luego de lo que pasó. Fui muy claro con ella, pero no tenía idea de que pudiera llegar a desaparecerse. Si sabes algo, avísame.


—Ok. Tú también.


—Cuídate.


La noticia me dejó helado. Recordé ese sueño donde ardía viva y su Vas a ser mío retumbó de nuevo en mis oídos.


Me mantuve al margen de todo. No la desbloqueé ni mucho menos intenté marcarle desde mi celular. No quería que viera que yo también la estaba buscando, porque en realidad sí estaba preocupado, pero de ningún modo deseaba que malinterpretara mis acciones y continuara con sus actitudes hacia mí, ni hacia sí misma. De vez en cuando entraba a las redes de Marta para ver si había algún avance. Nada. Seguía compartiendo su publicación de ‘Se Busca’ con la foto de Eli, vestida de negro y con esos grandes y profundos ojos negros mirando a la nada.


Una bruja, pensé. Qué extraña mujer.


Pasaron días, semanas, meses… Una tarde me di cuenta de que Marta me había bloqueado. Respiré con alivio. Quizás la habían encontrado. Quizás había estado en algún retiro espiritual o algo así y ahora era un alma renovada, plena, feliz. Ya jamás supe nada.

 

Tres años después, aproximadamente, un día sofocantemente caluroso, tocó a mi puerta un hombre que jamás había visto, pero que despertó mi instinto sexual tan pronto lo vi por la mirilla de la puerta. Al abrir, la impresión fue mayúscula. Empapado en sudor, con una playera sin mangas que dejaba ver sus brazos torneados y algo de vellos axilares húmedos, con unos labios carnosos, moreno, varonil, de mi estatura y con un bulto entre las piernas que hizo temblar las mías sólo de imaginarme a ese semidiós desnudo. Sensualidad proletaria, diría Monsiváis. Calzaba tenis blancos de buen tamaño. Su olor invadió todo mi cuerpo. Lo que más me llamó la atención fueron sus enormes y profundos ojos negros, enmarcados por unas cejas pobladas que hacían aún más penetrante su mirada, que estaba clavada en mi abultada entrepierna. No sentí la erección porque estaba hipnotizado ante él. Me cubrí detrás de la puerta.


—¿Sí…?— Tuve que aclararme la garganta. Mi voz temblaba. —Disculpa. ¿Sí? ¿Puedo ayudarte?


—Buenas. Creo que ando perdido—, me dijo, ya mirándome a la cara. —¿Es aquí el 202 del 459?


—Es el 202, sí, pero este edificio es el 457. El que buscas está enfrente, pasando el camellón. El gris con dorado.


—¡Chale! Y ya me ando orinando. No seas malo, ¿me dejas pasar a tu baño? No lo dudé ni un segundo.


—Adelante.


La estela de su hedor cuando le abrí paso casi me hace eyacular.


—¿Quieres un vaso con agua?—, le pregunté, incluso antes de decirle dónde estaba el baño, tratando de parecer amable, pero lo encontró sin problema. Como si conociera el lugar.


—¡Sí, carnal, por favor!—, gritó ya dentro del baño antes de que se escuchara la descarga de un potente y prolongado chorro de orina en mi inodoro. No cerró la puerta. Me acomodé como pude el pene erecto para tratar de disimularlo y llené un vaso con agua. Ya también yo sudaba. Cuando salió del baño noté que no se había lavado las manos. Le extendí el vaso y al beberlo de casi un trago la playera se le levantó un poco. Pude ver su ombligo y sus pelos negros enmarañados que invitaban a todo lo que había unos centímetros más abajo, también observé más a detalle su axila poblada de espeso vello; húmeda, exquisita. Mis ojos se clavaron, sin embargo, en las grandes cicatrices de su antebrazo. Todo aquello me resultaba muy extraño, pero mucho más excitante.


—Gracias, carnal—. Me extendió el vaso vacío de vuelta.


—No, de nada.


—Disculpa la molestia. Vengo de lejos y no topochido aquí las calles y eso.


—Sí, no te preocupes.


Pus gracias. Ya me tengo que ir.


—Sí, sí. Te abro—, le dije caminando hacia el recibidor para abrir la puerta, a punto de estallar de lo exaltado que me sentía.


Al darle la espalda, girar la perilla y comenzar a abrir, el hombre detuvo la puerta con su mano derecha pasando su brazo por encima de mi hombro. Empujó hasta que la cerró de golpe.


—¿Apoco me vas a dejar ir así de fácil, puto?


Cuando me di vuelta su cara me pareció tan familiar… Pero su olor… Esa peste que era como una droga para mí me envolvió y arrebató toda la cordura que pudo haber existido en mi cuerpo y mente. Mirándome a los ojos, aprisionándome contra la puerta con sus enormes brazos y respirando en mi rostro... me vine en mis pantalones.


—Me llamo Elías… Y vas a ser mío.

—Elías, Elías—, alcancé a murmurar. —Elías… Elías… Elí… Eli…


Fotografía: Andrea Rabasa (2021)

Instagram: @ndrrbsjfr

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