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  • Writer's pictureJ. C. Colón Gurrola

Día 1. Fase, quién sabe

Tenía que salir y el motivo no lo saben, pero se los cuento. Noticias aquí y allá, será o no será. Una semana antes habíamos estado en un evento masivo que por su relevancia para el deporte femenil nacional no nos podíamos perder, en la tele veíamos lejanos a China e Italia. Ese día a la noche, en un museo cantina, veíamos el partido de nuestro equipo a puerta cerrada, acto premonitorio de la suspensión de la liga; sudé con mi novia cualquier virus que nos hubiera alcanzado, nuestro ritmo ni el hijo de Pedro Navajas. Hoy calentura y tos significan empezarse a preocupar, ahorita si vienen de otros es game over, lo digo con la sinceridad de mi hipocondría. Los otros son inevitables.

Nivel 1. Del metrobús al metro San Lázaro


Ya estaba afuera, sentía nervios porque tendría que capotear a la gente, mejor utilicé audífonos con el volumen a un nivel menos del máximo para hacer imperceptibles estornudos y toses lejanas, mejor predisponerse, más vale… decisión que tomé al entrar al transporte, en el que para ser viernes casi quincena había menos gente de lo habitual. Me guardé entre el área de mujeres y la zona mixta. Fueron quince minutos de trayecto, me apercibieron los estornudos de una muchacha que vencieron a los guitarrazos del punk rock de mis oídos y que babearon su celular, nadie le dijo nada. En la estación del mercado Morelos se subió una viejita con cubrebocas y una tos más de fumadora o alérgica que de pandemia, hubo compasión.

Nivel 2. De San Lázaro a Balderas


El santo nos recibió con sus brazos abiertos, no somos leprosos, pero su amparo fue personificado en trabajadores del metro con cascos, tapabocas y dispensadores de gel antibacterial (con consistencia de champú) para nuestra fe maltrecha. El metro sin tanta gente es la cueva del ermitaño. Mi contemplación y ensimismamiento me llevaron a más de diez años atrás cuando en una precontingencia nos ganábamos miradas de desaprobación por taparnos la boca para estornudar, habría que usar normas de etiqueta. En el transborde de Balderas pensé en la solidaridad y empatía de la sociedad en tiempos funestos, qué difícil es llevarlas a cabo de lejitos; fui paciente, sentado en el penúltimo vagón del metro de la línea verde, las puertas del tren no cerraban y a mis ojos se presentaba en el andén una oráculo ciega, vagonera, cantante o comerciante, que en sus manos mantenía un recipiente cuyo contenido semivaciaba en su mano izquierda, con la derecha guardaba el contenedor en su petaquita, para después juntar sus manos a manera ritual de quien comienza una oración o invoca a fuerzas guardianas, guardaba los protocolos de prevención, después de no sé cuánto tiempo dirigía su mirada al más allá y con mueca de asco fuchi desaprobaba el olor del antibacterial, gesto que indicaba que la sustancia no alcanzaba ni de lejos el 70% de alcohol.


Nivel 3. De Niños Héroes a Etiopía


A los minutos avanzó el convoy. Qué será que este año todo se me figura que va más lento, pensé cuando se abrieron las puertas. Subió un joven con el brazo derecho en cabestrillo y su padre o tutor o compañero, quien sufría su malestar porque tenía cara de compungido, el chavo reía; inmediatamente me dieron la espalda, a mis ojos relucía el tatuaje del “distintivo oficial que identifica los productos hechos en México” en el cuello del adolescente, señales. Bajaron en la siguiente estación, yo me quedé de a cuatro, ¿todos tendremos en tinta invisible esa marca que no sé por qué nos dará cierta inmunidad y fortaleza en esta contingencia? Las tres estaciones restantes me llevaron a discurrir en la identidad y el discurso nacionalista, charro, que tanto tiempo nos hizo creer en nuestro valor como sociedad, en lo necio, macho, valentones, ingeniosos, burlones y valemadres que nos distingue como algo positivo, chin…dre, ya me mal viajé.

Nivel 4. De Etiopía a 1660


Esquina bajan, grito a mis adentros cuando estoy de buenas porque el metro fue generoso y se comportó como trolebús. Mientras apaciguaba mentalmente mi mareo del colesterol alto, un viejito ganapán de siete suelas escupía a los durmientes de la vía, lo vi como ven Los niños del maíz, me vio que lo odiaba con la mirada, siguió caminando. Cinco cuadras y llego, me pongo feliz como la primera vez que tuvimos una cita… pienso que todo estará bien, mientras, escucho a Pablo Beltrán Ruíz y su orquesta:


Que se acabe el mundo, ¡no!, ¡no!
Que se acabe el mundo, ¡no!, ¡no!
Que se acabe el mundo, ¡no!, ¡no!
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