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  • Silvio Astier

El asedio

Por: Silvio Astier


¿Bueno? ¿Qué tranza, loco? Ah, ¿qué tranza, tú? Acá nomás, llamándote. Está chido, ¿qué pasó? Nada, como siempre, ¿tú qué dices? Ya sabes, la rutina. A huevo. Oye, hay fiesta al rato ¿Qué dices? No sé. No te pongas, hace un buen rato que no nos vemos; es con Darío, la mera banda. ¿Con Darío? Sí, no te hagas del rogar, cabrón. No sé, estoy cansado. Güey, siempre estás cansado. Ya estoy viejo. Jajaja, no mames. ¿Qué tranza, sí o no? Paso por ti a las ocho. ¿A las ocho? Sí, ya está, pinche Santi. Mmm. No te pongas, además ya acabó el semestre. Cámara, entonces pasas a las ocho. Pero no llegues tarde, me castra esperarte. Jajaja, ya estás.

No sé por qué he aceptado, la verdad todas las fiestas me aburren. Beber, observar y quedarse despierto toda la noche, sentir el cansancio y regresar a casa mientras amanece. Siempre es lo mismo, las mismas caras, las mismas bromas, los mismos recuerdos y el mismo fastidio. Prefiero quedarme en casa. Sí, en casa, tranquilo. Quizá solo acepté porque ella va ir, siempre va y me gusta mucho verla: cerveza en mano, sonrisa y bromas, algún cigarro de vez en cuando y que me mire sin decir nada por un momento. Tal vez solo por ella, es lo único que puede valer la pena.

Ocho de la noche. Dos bocinazos, un auto espera en la calle.

Santi, ¿cómo anda? Ella conduce, me habla de usted, me sonríe. Pues acá nomás, el mismo de siempre. ¿Qué tranza, cabrón? Pensé que no vendrías. Pues ya ves, igual hay que salir con la banda de vez en cuando; aunque sea. A huevo, pinche Santi. Me acomodo en el asiento y bajo el vidrio. Comienza la música y la escucho preguntar cómo llegar a la fiesta lo más rápido posible. ¿Y qué, Santi, a dónde irás estas vacaciones? No sé, la verdad no tengo mucha plata. Güey, siempre dices lo mismo y acabas en lugares extraños. Siempre dices lo mismo para que puedas irte solo y en el momento que se te antoje. Sí, siempre abres a la banda. ¿Cuál? Contesto sabiendo que miento y sabiendo que ellos lo saben. Nunca abro a nadie.

El ruido es el suficiente para detectar su procedencia. La misma casa de Darío, la misma música, la misma gente.

¿Vamos por el alcohol, Santi? Vale, ahora te alcanzamos. ¿Y qué, Santi, qué cuentas? Pues nada, te digo; lo de siempre. Lo de siempre, la rutina, la devastación. Simón, la devastación. ¿Tú qué, cómo andas con Cecilia? Normal, cabrón; a veces chingón, a veces de la verga. Ya veo, ni pedo. A huevo, pura devastación sentimental. Jajaja, devastación sentimental. ¿Tú qué, no tienes ruca? Nel, prefiero estar solo; no castro a nadie y nadie me castra. Pinche Santi, ya deberías tener vieja.

Medianoche, música desagradable. Baile.

Me toma la mano e insiste en que baile con ella. No sé bailar, mejor baila con Mauro. No, quiero bailar contigo; además, está fumando con Darío y ya sabes que se ponen a divagar. Lo sé, sé que divagan y que hablan de cosas, de experiencias compartidas, de sucesos que solo ellos han vivido y que han fortalecido su amistad. Lo sé, y sé también que cuando fuman, olvidan a los demás. Me siento excluido siempre cuando están fumando. Pero no sé bailar, no tengo habilidad ni nada. Ella insiste y finalmente me hace bailar.

Observo y comienzo a sentirme fastidiado. De nuevo, en un rincón, solo, observando, en silencio. No debí venir. Las veces que he salido, ha sido pensando que habría algo novedoso, algo un tanto sorprendente que hiciese valer la pena el haber salido de casa, el haber abandonado la rutina. Pero nada sucede y siempre caigo, las pocas veces que ocurre, en la trampa del falso presentimiento. Todas las fiestas serán iguales, aburridas, fastidiosas. Ella vuelve ¿Y Mauro? No sé, no aparece; ya lo busqué. Sigues bebiendo. Sí, ¿tú? No, ya no hay cerveza. ¿Quieres ir por más, vamos en el coche? Bueno, sirve que me despejo y se me quita el sueño. ¿Ya tienes sueño, estás aburrido? Un poco, pero ya sabes cómo soy.

Dos de la mañana, ciudad vacía.

Quizá mientras ella conduce, mientras la observo, cansada y también aburrida, mientras ambos callamos y miro las calles vacías, quizá en este momento admito que me alegra que Mauro no esté aquí ni pueda estarlo. Soy un mal amigo, lo reconozco. Soy una mierda, una mierda que ya no puede ocultarse ni fingir. Música a volumen bajo. Acaricio su mano y no digo nada. ¿Qué tienes, Santi? Lo dice tan tranquila, tan como si fuese normal, como si todos los amigos de Mauro pudiesen y tuviesen el derecho de acariciarle la mano. Ojalá que encontremos cerveza a esta hora. ¿O será que siente lástima y por eso lo admite, lo soporta, lo ignora? En cualquier momento regresaremos a la casa de Darío y ella buscará a Mauro y se quedará con él en un cuarto, en cualquier cuarto. Yo volveré a mi sitio en la sala vacía, en la fiesta terminada, en el hastío.

El auto continúa alejándose del lugar de la fiesta.

¿Cuánto cuesta el doce pack de Indio? Mejor pide dos caguamas. Deme mejor dos caguamas, ¿cuánto es? ¿Indio o Victoria? Tú elige, son para ti. Dos Victorias entonces. Pero no regresamos, nos seguimos alejando sin saber a dónde ir. Abre la caguama. Ella bebe y sigue conduciendo sin mirarme, sin decir más. El auto se detiene. ¿Por qué nos detuvimos? Dímelo tú. ¿Qué quieres que te diga? Pues, ¿qué es lo que quieres? Yo, nada. El auto comienza otra vez a andar sin rumbo.

Miro la luz, las luces en un ir y venir. La ciudad, la calle, todo vacío, todo en silencio. Puedo imaginar el silencio, el aire fresco de esta noche. Puedo imaginarme solo, que viajo solo y que no necesito decir nada a nadie. Semáforos, anuncios, Insurgentes, una longitud infinita de luces y anuncios. Música tranquila. Siento cansancio.

¿No vamos a regresar? ¿Quieres regresar? Pues lo digo por Mauro. ¿Tú quieres regresar? No. Entonces no regresamos y punto. Pero, ¿y Mauro? No creo que te importe demasiado, ¿o sí? No digo nada, pero siento y me ha quedado muy claro su reproche. No me importa y los dos lo sabemos; no me importa y estoy aquí con su novia, acariciando su mano sin decir nada, admitiéndolo todo en silencio. ¿A dónde vamos? No sé, ¿a dónde quieres ir? No quiero salir de la ciudad. No te preocupes, no llegaremos tan lejos. Pero seguimos avanzando, no dejaremos de avanzar, a menos que yo lo diga, a menos que haga algo, que decida, que actúe. Pero no quiero hacer nada, pues todo será inútil, aunque ella acepte hacer lo que yo quiera, porque eso no significaría nada. Ella lo aceptaría todo por la lástima que me tiene, por la lástima que le produce mi cobardía disfrazada de fastidio y reserva.

El auto negro se detiene para dar vuelta y regresar a casa de Darío. Cinco de la mañana.


Fotografía: Nicolás Aguilar (Cuernavaca, 2005)

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