Durante la caída de las sombras y en medio de una tormenta estival, te esperaba sentada en la cafetería de siempre. Llevaba las medias rotas y mis zapatos mojados, sentía hambre y frío. No me había atrevido a ordenar, quería que lo hicieras primero. Te extrañaba como los desiertos extrañan a la lluvia. Iba a contarte lo de mi nuevo empleo, del departamento hermoso que había descubierto en una colonia cerca del metro Mixcoac, de la ropa que encargué para ti…
Pasó la hora y no llegaste. Empecé a desesperarme, a imaginar escenarios catastróficos y a pensar en que mis mensajes no te habían llegado. Abrí el regalo, era una libreta y dos plumas fuente. Quise mancillar la libreta con un “puto”, pero no me atreví. Guardé todo, me levanté, estaba a punto de salir cuando te vi entrar agarrado de otro. Casi me desvanezco. En primer lugar, porque siempre te dije que fueras claro y que dejaras de dudar de tu sexualidad, y en segundo porque confié en ti. Ya no puedo soportar otro fracaso, aunque se escuche irónico, la señora Fracaso está inhabilitada para luchar contra otra desilusión. Me aseguraste que esta vez darías todo, que me entregara a ti. Caí. Me enamoré. Salté al vacío pensando que tú también lo harías. Me miraste con asombro, al parecer no leíste mis mensajes. Aproveché el momento para la retirada. No te saludé, no me detuve. Salí. Olvidé el paraguas, pero, al menos, mi dignidad está intacta. Al menos, uno de los dos es feliz.
Llueve de adentro para afuera. Ha llovido todo el mes. La vacante de empleo sigue libre, el departamento está habitado por alguien que no somos nosotros, el paquete con la ropa sigue cerrado. En la libreta con dibujos de ballenas, trazo tu nombre. En la libreta con dibujos de ballenas, hago versos, mala poesía cargada de lugares comunes, faltas de ortografía y melancolía, entre sus hojas hay dos recetas de cocina y una carta de suicidio.
Fotografía: Nicolás Aguilar (Palacio Postal, Centro, Ciudad de México, 2020)
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