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  • Fernando Lucio Escalera

La carne llama a la carne

En el ambiente homosexual, cambiar de parejas íntimas de forma constante es mucho más común de lo que se pueda llegar a pensar; no es de sorprenderse, la promiscuidad existe en todos los seres humanos: hay quienes se atreven a darle rienda suelta a los placeres eróticos, mientras que otros y otras sólo llegan a casa a masturbarse en silencio.


Cualquier día es bueno para liberar las (supuestamente) más bajas pasiones. Ese deseo corrosivo y ansioso por deslizarse entre cuerpos masculinos empapados en placer lleva a visitar alguno de los incontables “lugares de encuentro”, como se les conoce en la jerga gay de la Ciudad de México, a los que casi ningún amante del sexo entre hombres es ajeno.


Ya sea haber frecuentado el recién desaparecido Cine Nacional, que quedaba muy cerca del metro Pino Suárez; los baños públicos de metro Bellas Artes, entre el transborde de las líneas 8 y 2; las cabinas en Zona Rosa dentro de la sex shop Erotika, en especial la ubicada sobre Amberes; la Alameda Central en las madrugadas, antes de su remodelación; alguno de los baños de vapor que abundan o abundaban en la Ciudad o el último vagón del metro de cualquier línea y a cualquier hora.


Todos estos sitios de cruising, que Wikipedia define como la “práctica de buscar una pareja sexual caminando o conduciendo por un lugar público, por lo general de manera anónima, ocasional y para una sola vez”, son predilectos y ya de cajón tanto para personas homosexuales como “heterocuriosas”, término con el que se les conoce a los hombres heterosexuales que gustan de encuentros fortuitos con otros hombres.


Ingresar a estos lugares es fácil. Muchas veces ni siquiera se necesita una identificación. Pagas tu cuota a las personas de la caja –en el Cine Nacional cobraban $40 pesos y no había paquetería; en las cabinas de Erotika cobran $70 y el servicio de paquetería es gratuito–, y sin más, te adentras en la calentura.


Una característica de estos lugares (a excepción del metro, obviamente) es la oscuridad. Ese juego de sombras que se da entre cabina y cabina, entre la oscuridad de la sala, entre los gemidos de la película pornográfica que se proyecta, esos roces de manos y braguetas abultadas, de nalgas y de bocas ansiosas. Ese misterio de no saber a quién pertenecen las manos que recorren el cuerpo, los labios que besan pezones o la boca que succiona el miembro.


“Cualquier lugar es bueno, carnal. Nomás te sacas la verga y te la maman mejor que una vieja”, comenta Armando, un joven moreno y varonil de 26 años, visitante del Cine Nacional, de baja estatura y cuerpo esculpido a base del trabajo en albañilería que realiza con su hermano mayor, platica esto mientras se soba su enorme falo y le acaricia el rostro a su reciente conquista. “Vas, carnal, date choncho”, le dice al tiempo que toma su cabeza por la nuca y lo invita a probar. El otro hace lo suyo con maestría. Armando, por cierto, tiene una hija de cuatro años.


El cruising no es nuevo, su aplicación se remonta a los Estados Unidos, por allá de la década de los 70, entre los asistentes al bar gay Booze ‘n’ Cruise, situado en la Ruta 66 en Albuquerque, Nuevo México. Los homosexuales se citaban ahí para tener encuentros sexuales y para no levantar sospechas, entre ellos solían llamarse con frases como: “let’s go cruising. Incluso, en 1980 Al Pacino protagonizó una película de temática gay llamada así, Cruising, dirigida por William Friedkin (director de The Exorcist), que trata sobre un policía que se infiltra en ese mundo para atrapar a un asesino serial de homosexuales.


Otra característica de estos lugares (el metro incluido) es la predominante falta de protección. Se olvida en ese instante de éxtasis toda posible cautela. Aunque el vih ya no representa tanto un peligro mortal, gracias a los avances y tratamientos que permiten que quienes lo padecen lo sobrelleven como una enfermedad crónica que no afecta su calidad de vida y puede tratarse de manera eficaz, sigue siendo incurable. No obstante, la concurrencia a estos sitios siempre es constante y va en aumento, en gran parte gracias a las aplicaciones móviles como Grindr o Tinder, que promueven el cruising y las prácticas de sexo clandestino en todos los lugares del mundo.


 

—¿Vienes mucho a estos lugares?

—No, ¿y tú?

—Pues tenía mucho que no visitaba uno.


El hombre aún respiraba agitado. El encuentro sexual fue corto pero satisfactorio para ambos, más porque otros dos varones los observaban y se masturbaban entre ellos, y eso los excitó más. Nunca faltan los voyeristas que ansían formar parte de la escena en algún momento; no fue el caso esa vez. Los últimos continuaron su cacería entre cabinas entreabiertas y glory holes –agujeros en paredes, principalmente de baños públicos, creados para realizar actos sexuales– hambrientos de bocas y culos.


Uno de los hombres que acababan de tener sexo medía aproximadamente un metro setenta, usaba lentes, era delgado pero bien formado y con abundante vello en todo su cuerpo, acariciar sus nalgas era como pasar la mano por la cabeza de alguien de cabello corto. Excelente amante.


—¿Y eso? ¿Vives lejos o qué?

—No, sólo que ya no tengo tiempo por la escuela y el trabajo.

—¿En dónde trabajas?

—Plaza Carso, ¿tú?

—Software y sistemas para Farmacias San Pablo.

—Qué bien, por eso traías tantos condones.

—Exacto.


Después de salir juntos y caminar hacia el metro, la casual pareja se despide. La actitud solemne y masculina hacen sentir la suerte que se tuvo en las cabinas.


—¿Cómo te llamas, por cierto?

—Alberto.

—Pues muy rico todo, Alberto, yo soy Fernando. Cuídate.

—Igual tú. Nos vemos.


Ambos saben que jamás volverán a encontrarse. Fue la inmediatez del momento lo que los unió, el hambre de saciar instintos, la sed de desfogarse que mañana se apagará con otro y con otro. La carne llama a la carne.


Fotografía: Juan C. C. Gurrola (Ciudad de México, 2021)



 

Fernando Lucio Escalera, colaborador de El Variopinto Blog, ha participado en NYLON Español, Vile Music Records, Thoracin/Rubens, MEOW magazine, Quién y Harper’s Bazaar México. Su línea de trabajo se centra en la música, vida y estilo, cine y cultura. En 2011 cofundó la revista Sinergia Magazine y en 2015 tradujo la novela Cows, de Matthew Stokoe. A finales de 2018, cofundó Arte7éptimo, un proyecto de Facebook, Instagram y Twitter donde se reseñan películas. Twitter: @nando_lucio / IG: nando_lucio / Facebook: @arte.7eptimo

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