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  • Writer's pictureHumberto Calles

Apertura del rubí místico

Mientras la enfermedad por Covid-19 llegaba a México, un grupo de amigos y yo discutíamos sobre las nuevas formas de habitación en las grandes ciudades. Particularmente platicamos sobre el coworking y el coliving, términos muy en boga para referirse a la indigencia o precarización de los espacios de trabajo y vivienda.


Durante aquel intercambio de ideas, una excolega mía trajo a colación los pisos colmenas, habitáculos de menos de 3 metros cuadrados que arrendan ciertos migrantes (no necesariamente extranjeros) en ciudades como Barcelona. No es difícil imaginar lo que motiva la existencia de estos verdaderos ataúdes, pero los bajos precios de arrendamiento son uno de los motivos para la creación de estos espacios.


En términos propios del urbanismo, estos ínfimos alojamientos pertenecen al fenómeno de la gentrificación, y su análisis nos permite explicar tanto la ocupación de los espacios como la movilidad de la población.



A comienzos del siglo XIX, las nuevas naciones del territorio americano asentaron sus sedes en las antiguas metrópolis españolas. Erigidas ya bajo el naciente capitalismo, las modernas urbes iniciaron la concentración de los servicios políticos y financieros. No cabe duda que este proceso estratificó a la sociedad creando desigualdades que a la postre resultarían insuperables: hay quienes puedan estar dentro y hay quienes deban estar fuera.


El brillo de esperanza y optimismo que el siglo xx trajo consigo, opacó aquel quebradero y permitió el asentamiento del capitalismo de consumo sin oposición. En América, este orden mundial buscó colmar de bienes materiales a las ciudades para alcanzar el progreso que los países necesitaban para el crecimiento de sus economías. Este hecho vino a acentuar in situ la disparidad entre las clases bajas y altas, pero también enfatizó la asimetría entre el campo y la ciudad.

Aglomeración de servicios implica conglomeración de gente. Marcado por el desposeimiento de las actividades primarias y atraído por las oportunidades que reúne la metrópoli, el campesinado abandona sus pueblos y emigra. En este sentido, la sobrepoblación, el hacinamiento y la contaminación nacen de una distribución desigual de los recursos.


La explosión demográfica, así pues, solo existe en tanto falacia. La población ha crecido, en efecto, pero no alcanza a explicar la existencia de grandes territorios inhabitados, así como tampoco las migraciones masivas. Estamos hablando de una mala disposición de lo que el neoliberalismo suele llamar «recursos humanos».


Como consecuencia de una concentración inusual de personas en un espacio bien definido, el capital inmobiliario establece sus condiciones de mercado y determina el valor por el uso de suelo a partir de los privilegios que revisten la propiedad, así como los pretendientes que pueda tener. Si consideramos que la demanda de las viviendas crece exponencialmente por el flujo de migrantes internos, ¿quiénes tienen la capacidad de cubrir altas rentas para gozar de un sistema de salud decente, por ejemplo? La migración es un derecho, pero cuando es infligida constituye un acto de despojo.



¿Y qué pasa entonces cuando la oferta de vivienda ya no puede crecer hacia las afueras de la metrópoli? El capital no deja de fluir y encuentra en la ingeniería la solución: invertir para que la ciudades crezcan de manera vertical, hacia arriba, en una burda imitación de la naturaleza. Donde no caben casas, se construyen torres de departamentos para albergar a más gente; donde no caben oficinas, se construyen torres babilónicas muy bellas, pero que provocan un hacinamiento feroz.

En este sentido, el encarecimiento de los espacios conlleva a encarecer la vida; no deberían existir espacios, en condiciones infrahumanas, a precios exorbitantes. Esta posición de las ciudades actuales desdeña al ser, lo humano y la confraternidad. Pensar que somos muchos (quizás demasiados) constituiría de tal manera un punto de vista obcecado, pues los recursos que obtenemos de la Tierra son vastos empero mal distribuidos. Como la población misma.


Supongo que el camino que deberíamos seguir es el de la descentralización de los servicios políticos y financieros; el del blindaje de pequeños poblados con educación, seguridad, salud, etc.; y el mejoramiento de las prácticas de producción y explotación de la tierra. Por último, sugeriría cambiar el esquema económico-político, así como fomentar en los seres humanos una conciencia primero de especie y luego de clase.



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