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  • Writer's pictureJ. C. Colón Gurrola

Lápiz del n°2

Para cada roto hay un descosido. Que si se te olvidó una copia, ahí está la papelería en la esquina; que si no has comido y son las dos y media, cruzas la esquina y llegarás a la fonda o puesto de garnachas que espantarán, de menos, las ganas y la muerte; que si ya te dio el ansia, en el crucero o en el changarro a diez pasos el cigarrito de cinco o seis pesos te espera; y si estás a la puerta de la vacunación y no has llenado tu hoja de registro, ahí está el señor de las plumas, lápices y folders (soporte para escribir y para que no se te arrugue la mentada hojita).


Del suburbio social renace todos los días este último tipo, el señor de las plumas, lápices y folders, atento a las convocatorias escolares, exámenes de ingreso a todos los niveles, fuera de cualquier dependencia del gobierno donde se solicite —o no— llenar formularios infinitos, cazador de casanovas que piden románticamente el teléfono de una nueva conquista, siempre el oportunista se hace presente, ¿oportunismo o regalo de los dioses? A según la cara de la moneda. Hasta hoy los antropólogos discuten su origen y dubitan que tal oficio privilegiado, para los que se encuentran en su camino, es heredado o ganado a calamo currente, es decir, por obra divina.


Formado en una de las numerosas filas de las que fui parte le pregunté por los requisitos antes de llegar a la puerta, él desconocía mi interés por su tarea que me parecía enigmática y afirmó: Allá adentro te van a pedir lápiz del número dos, si llevas del 2 ½ o lapicero te van a retachar, al final no necesité ni pluma ni lápiz.


A mi parecer sería necesario que fuera un tipo universal, espero que lo sea, si no qué sería de los muchachos que hacen su examen de ingreso a Harvard, tantos años de vida en vilo, ni dios lo quiera.


Hoy reconocemos la labor de este señor omnipresente.



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