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  • Writer's pictureJ. C. Colón Gurrola

Día no sé. Fase «Ir de shopping»

Hora de hacer la meme


Unos pueden no dormir por preocupaciones, la cartulina; otros pueden despertar por preocupaciones, no escuché la alarma, ya está bien fuerte el sol, me van a correr, la tesis. Al final, todo nerviosismo matutino fue culpa del miedo al jefe, malestar laboral o que se adelantó una hora el estrés por convenciones inexplicables. Será el sereno...

La verdad es que a mí muy a veces, a veces, me espantan el sueño, soy un dormilón profesional —no un huevo con dos patas o huevón (hubo un tiempo en que lo fui, pero lo escondo en paréntesis para que no lo vea san Pedro y entonces se arme la de Dios es Cristo)—, no me enorgullezco de ello porque es medio feo ufanarse de un don.

No les mentiré, en estos casi dos meses he dejado de dormir y he despertado por culpa del virus que hace malabares de obra y omisión. Cuando logro descansar, oigo como falso kikirikí el piar agudo de miles de pájaros en cables, ruido tantito latoso que es vencido por el zurear de una paloma guardiana que me vuelve a arrullar con mantras citadinos. Por recomendaciones federales no debemos alargar el sueño cuando hay que abastecer la alacena, el refrigerador, el cuchitril de productos de limpieza, a nuestros ojos y oídos desmemoriados que olvidan sin remordimiento, por ello la paloma de mi alma no me deja dormitar en días de hacer el mandado.


Amanecer


Salimos rumbo a la tienda de autoservicio más cercana, el Superissste de Vértiz. Reconocemos en los cubrebocas de los andantes el grado distintivo a la moda o en los estampados camouflage —de los indispensables aditamentos de sobrevivencia— a los que exhiben su angustia de tener que salir a la calle, por eso es mejor pasar desapercibidos, no sea que el virus vea nuestras muecas de desamparado nerviosismo. En la farmacia de genéricos suena en altavoces “You're the One that I Want” de Vaselina para instigar al #QuédateEnCasa en hipocondriacos como yo. El estacionamiento está semivacío, sus ocupantes son dos patrullas y poco más de una docena de automóviles. Hay una cola para entrar a una oficina que da información y tranquiliza a pensionados. Antes de recibir en nuestras palmas el gel antibacterial, aplaudo un aire de empatía.



Desde que mi amor tiene residencia en la Narvarte, a unos días de su mudanza mejor dicho, nos dimos la buena nueva de la cercanía de este supermercado, una gran noticia a mi niño interior, porque… Desde mis recordados años, mi familia hacía la despensa en estas tiendas que tenían en los trabajadores del estado los principales beneficiarios, sobre todo en año nuevo cuando cambalacheaban una generosa cantidad de vales, de todas las denominaciones posibles, por artículos de primera necesidad, piyamas, caprichos de sus hijos y un exprimidor. Acudíamos cada mes a la sucursal de Salto del Agua que desembocaba de una calle de pollerías, recuerdo que era enorme y abastecida, ahora ya no existe; también íbamos a una que estaba próxima a la casa, en la delegación Venustiano Carranza, y una vez fuimos a un imponente establecimiento cerca de los Indios Verdes. No recuerdo haber ido a la de Vértiz.


Le sugerí a mi novia que hiciera su mandado en este Superissste, más por instinto nostálgico que por una certidumbre. Oh my god!, para qué saqué la lengua. La tienda no estaba surtida, había mucho de nada y muy poco de todo, una contrariedad que me hirió los adentros. Lo que pasó es que fue blanco desde principios del milenio del voraz desvío de recursos y malos manejos que hicieron que fuera más caro mantener abiertas las tiendas que cerrarlas. De las trescientas sucursales que llegaron a funcionar a la vez, ahora solo tienen sus puertas abiertas unas sesenta.



Atardecer


Es un distintivo de los supermercados la música de fondo. En una visita anterior que hicimos en un safari para buscar las últimas cervezas de la alcaldía, sonaba La Gusana Ciega, no recuerdo si el segundo o el tercer disco o Spotify. Este acompañamiento anunciaba un reabastecimiento de la tienda, una mayor cantidad de empleados, casi todos mayores de cincuenta ayeres con alta amabilidad, una nueva era acompañada por una remodelación [?] impulsada por la nueva gerencia.


Lo que no cambia son los concurrentes; en esta ocasión compartimos los pasillos con dos viejitas, cada una por su cuenta, que tomaban el tiempo suficiente para tachar una lista, decidir mejor, checar la caducidad, anotar alguna ocurrencia, como unos versos para el amor platónico no perecedero.


A mí no me gusta la gente, digo: mucha gente en tiendas, mercados, tianguis y supermercados me pone así como así. Siempre trato de adivinar la hora con menos afluencia, y como nunca he visto más de una decena de personas por eso amo esta tienda.


En los pasillos podemos elegir, con suerte, entre dos marcas de un producto, pues casi siempre hay una sola marca. Lo mejor es que la mayoría de los artículos están amparados por marcas nacionales, ahí están La Moderna, Lala, La Costeña, Al Día, Chilchota, Pascual, una extraña marca de salchichonería D’hector que tiene una foto del jugador Héctor Herrera. Lo necesario ahí está, menos cervezas.


Por si fuera poco, siempre tendremos la tranquilidad de la ausencia de niños berrinchudos, y la que da el no estarse cuidando de los carritos que chocan deliberadamente con nuestros tobillos. Y si cabe una comparación, ir a esta tienda es como un hacer un ejercicio de meditación llevado por la voz de tu pareja y un ánimo de ahorrar: –¡¿Qué?! Unas galletas cuarenta y cinco pesos, ¡no!


Anochecer



Aquí nunca nos hemos formado para que nos cobren. Es el Superissste una institución estatal que se niega a verse en el espejo esas canas que le embellecen el rostro, tal vez si lo hiciera se revaloraría, al final el estado tiene el tiempo del mundo, debería hacerlo. Y yo quién soy para decir qué deben de hacer los entes abstractos, ni que fuera Carlos Trejo.


Regresamos satisfechos al departamento, tenemos lo necesario para no salir en dos semanas (excepto cervezas). Somos muy afortunados.


¡Chingüentes! Se me olvidó el papel de baño, ni modos.

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