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  • nicolasaguilarlime

Libertad (o el Escuadrón de la Muerte)

De niño quería ser vagabundo, teporocho: vivir en la calle, libre (bien romantic). Sí está bien cabrón vivir así, luego luego se nota que es una vida bien dura. Hambre, violencia, frío. Pero tiene sus recompensas. Existir sin ataduras ni responsabilidades: nada de que la renta, el gas, la luz, la tarea, ni siquiera bañarse. Puedes ir a donde te lleve el viento (no mames, otra vez de romantic). Anhelaba esa libertad, creo que lo que más me gustaba era que nadie los veía, yo quería esa independencia, la soltura de ser invisible.


Lo que ahora admiro es cómo logran vivir fuera de la sociedad, de este pinche capitalismo voraz que nos consume, pero viéndolo, testigos de su locura, de su incoherencia. Sería una gran satisfacción para el voyerista que siempre he llevado dentro visualizar lo que debe ser la lucha por estar al margen de este gran sinsentido.


 

—Carnal, ¿no te cooperas con un peso?


Me sobresalto, ya me intentaron asaltar cerca de aquí, pero en corto me controlo. Cero miedo, y hay que compartir lo que tenemos, quedamos en que íbamos a ser más generosos.


—No creas que te voy a asaltar ni nada, eh, cómo crees; nomás te vengo a pedir una moneda. Somos del escuadrón de la muerte de acá y necesitamos para acompletar para un chupedice bien sincerote, mientras señala la esquina con un edificio todo madreado por el temblor y el terreno baldío lleno de viviendas improvisadas y muros graffiteados.


—A huevo, no hay falla. Ten un diez para que te alivianes, pero yo también te quiero pedir un paro: déjame tomarte unas fotos.

—¿De qué o para qué o qué?

—Pues es lo que hago, tomo fotos de la gente que me encuentro en la calle, como tú.

—Pero si yo no soy nadie ni nada. ¿Para qué quieres tomarme fotos?

—Por eso, justo carnal, eso es lo que me late. Quiero hacer fotos de la gente real y pues se me hace que tú eres bien real.


Me mira escéptico por unos momentos, como que está intentando descifrarme. Se ve que está pensando en las mamadas que le dije para tratar de convencerlo. ¿Será suficiente?


—O sea que se podría decir que lo que haces es arte.

—Ándale, se podría decir… Qué chingón, creo que sí me entendiste.

—Bueno, te rifaste con un diez y sí te creo, como que sí confío en ti, se ve que eres acá: bien profesional.

—La neta solo intenté ser respetuoso en la manera en que te expliqué lo que quiero hacer.

—Va, va. ¿Pues cómo le hacemos o qué?

—A ver, si quieres llévame a un lugar que te lata, donde te sientas a gusto como para echarte unas chelas o un gallo.

—Ah, ya sé güey.


Chifla a sus compañeros, otros miembros del escuadrón de la muerte, que siguen en la esquina taloneando a los pocos autos que se detienen en el semáforo, o simplemente echando la hueva y disfrutando del solazo de medio día.


—¡Aguántame, eh; ahorita vengo, voy acá! grita al escuadrón, mientras señala a la placita que está a una cuadra. Caminamos hacia allá. Llegamos y se sienta en la banca y me mira como diciendo «¿y ahora qué?».


Chíngale. Retrato.


Fotografía: Nicolás Aguilar (Plaza Montero, Ciudad de México, mayo de 2020)


«Estos conceptos, estas situaciones, ¡no mames!, no se planean; no puedes estudiar y preparar las cosas, solo salen, como las buenas bandas de rock. Los Cramps no planearon ese concepto, simplemente lo ejecutaron». Pienso todo esto bien acelerado. «Futa, qué experiencia. Ando bien puesto, este bato trae energía chingona, dura, al cien». Me mira, lo miro.


—A ver, ¿qué tienes en el cuello? Órale, está chido. ¿Me enseñas tus tatuajes?

—Va. ¿Nomás no le vas a dar estas fotos a la policía, verdad?

—No mames, carnal. ¿Qué pasó? Que chingue a su madre la puta policía.


La sangre fluye rápido por mis venas, el corazón a todo lo que da y el botoncito de la cámara tronando bajo mi dedo.


Fotografía: Nicolás Aguilar (Plaza Montero, Ciudad de México, mayo de 2020)


—Oye, ¿y qué tienes en el pecho?

—Aaah... A ver, mira: nomás deja veo que no esté mi vieja, me vaya a madrear.


Lanza miradas alrededor y se quita la camiseta. Está mamado, peludo y bien rayado. Se avienta unos placazos. Dice una frase que lo identifica como miembro de alguna pandilla o banda, o eso entiendo, la neta no me acuerdo, andaba bien rosheado.


«No mames, ya soy como el pinche Estevan Oriol, acá, fotografiando lo mero mero chingón de las calles, tatuajes, pandillas, y puedo hablar con este hombre, no le estoy robando nada, ¿verdad? Es un intercambio, somos dos personas, humanos, hermanos. Sí es posible que todos nos entendamos y conectemos», pienso al tiempo que le tomo fotos y seguimos platicando de lo grueso que está querer echar desmadre y no poder. Me quito el pinche paliacate que ahora uso siempre que salgo a la calle. Chingada pandemia. Me observa el rostro, sonríe por primera vez.


—Ya me tengo que ir, que me están esperando esos güeyes. ¿Qué pedo? ¿Entonces estás tomando fotos de la banda?

—Sí, quiero ver cómo es la ciudad ahora con la pandemia, cómo afecta a las personas; pero como te decía, a la gente de verdad, como tú.


«Chale, qué pinche rollero, pero saqué mis fotos y pudimos platicar bien neto, aunque fuera un poco».


—Pensaba ir a Garibaldi a ver qué pedo.

—Ah, pues vete acá al Eje, ahí está toda la pandilla; en Garibaldi ahorita no hay nada.


Le agradezco. Nos damos la mano, abrazo, firmes. Nos vemos a los ojos. Se va. No sé su nombre. ¿Importa?


O algo así...


Fotografía: Nicolás Aguilar (Plaza Montero, Ciudad de México, mayo de 2020)

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