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  • Writer's pictureHumberto Lumbreras

Elogio a la fonda

Desde la semana pasada tengo que seguir una dieta a base de caldo de pollo, gelatina y mucho té, debido a una gastroenteritis nivel Toro de Falaris. Al principio no me pareció tan desagradable porque siempre he sido fan de caldos y sopas, pero el hecho de que se redujeran al de pollo me agüitaba sobremanera.


Siempre he sido admirador de la comida casera y no hay nada que extrañe más en estos momentos (bueno sí, pero eso va ir en otro lado) que comer algún guiso, algo quizás más sustancioso.


Este sentimiento se potencia cada vez que miro por la ventana y veo a la gente esperando su comida afuera de las fondas ubicadas casi frente a mi casa. Siempre tienen gente y antes de la contingencia sanitaria no había día en que no estuvieran a reventar. Y es que estas cocinas económicas existen para que lo hogareño perdure en una ciudad que todo devora, son una especie de resistencia de lo casero.


Pienso que las fondas funcionan para alimentar la nostalgia del ciudadano urbano por la «comida hecha en casa». Burócratas «de vestir», familias ruidosas, médicos en uniforme, estudiantes sin prisa, solitarios que pierden la mirada en el noticiero o telenovela sin volumen que se proyecta en la televisión del fondo, todos llegan ahí con hambre y con la esperanza de descubrir los sazones de otro hogar. Porque las fondas son íntimas, y el ser partícipe de ese nivel de intimidad es algo que forma parte de la experiencia social de comer en una cocina económica. Todo funciona para hacernos sentir en casa: los salones con paredes llenas de fotos, calendarios y hasta utensilios de cocina; las ollas de las que se desprenden los olores que evocan los sabores cotidianos.


Así se construyen los gustos por la comida, en esas primeras veces que nos acercamos a las cazuelas en casa, el recuerdo de los primeros vapores, la sensación de llegar a nuestro hogar y saber que en nuestro plato de colores favorito va a estar esa amena sopa de letras. En ese sentido, la fonda supone el sabor casero de muchos hogares y ahí se encuentra su mayor valor: es infinita.


Seguiré esperando para poder prepararme una comida «normal» (seguro que cuando lean esto ya cociné un chicharrón en salsa roja), en lo que regresamos a disfrutar de los tres tiempos en la cocina económica.


Vayan pensando: ¿sopa o consomé?, ¿quieren frijoles o un huevo estrellado en el arroz?, ¿chilacayotes en pipián, albóndigas enchipotladas o una milanesa acompañada de ensalada rusa?, ¿el agua sería de horchata, sandía, o una coca de vidrio bien fría?


Esperemos al final un vasito con arroz con leche, gelatina o de mínimo un Bocadín.


Fotografía: Nicolás Aguilar (Oaxaca, 2007)

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