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  • Señorita Diez y Nueve

La moda del XIX vista por… ¿Netflix?

I


La época victoriana ha vuelto a estar de moda gracias a las aplicaciones de streaming y al cine. Adaptaciones de libros de las hermanas Brontë o de nuestro querido Flaubert han permitido que el público recree la vida cotidiana decimonónica. Netflix, por su parte, ha vuelto a traer el gusto por la época decimonónica con series y películas como Anne with an E y Enola Holmes, producciones que además preponderan un estandarte feminista. En algún momento hemos soñado con vestirnos como Mr. Darcy o usar el vestido rojo de Enola Holmes.


A partir de la premisa anterior, hablaré de los vestidos de Anne y de Marilla que portan durante la primera temporada de Anne with an E para configurar un texto descriptivo e informativo sobre la importancia de la ropa femenina, el papel de la mujer durante el siglo XIX y la educación sentimental de las señoritas.


Antes de empezar, quiero reflexionar un poco. La ropa a lo largo de la historia de la humanidad ha servido como protección del cuerpo contra la agreste intemperie y como vehículo de comunicación, también, a través de la ropa podemos conocer una época.

Por medio de las prendas que vestimos configuramos la apariencia que los otros tienen de nosotros. La desnudez, por consiguiente, es rechazada y llevada a la intimidad de la alcoba o del baño. Anne with an E, a mi parecer, es una serie que cuida los detalles de la vida cotidiana de un pequeño pueblo rural de Canadá durante la última década del siglo XIX, esta fecha la he propuesto con base en la vestimenta de las protagonistas. Durante el siglo XIX la ropa sirvió como marca de clase y de estado civil. Si nos fijamos en los vestidos que Marilla le fabrica a Anne nos daremos cuenta de varios aspectos. En primer lugar, las niñas podían usar vestidos cortos a la rodilla y encima de ellos un babero blanco con vuelos o sin ellos, acompañados por unas medias largas, unas botas y un straw sailor hat (sombrero de color beige con alas redondas y cortas).


Las telas más utilizadas para la fabricación de la vestimenta fueron la lana, el lino y el algodón. La seda y el terciopelo eran extremadamente caros por lo que solo los miembros de la burguesía tenían acceso a ellos, y eran mayormente usados para la confección de vestidos para las mujeres mayores.


En segundo lugar, los dos vestidos de Anne eran de color café y gris, a diferencia de los que usaban sus compañeras de clase (que eran de tonalidades pastel), acompañados por un gran moño en la cabeza que combina con el color del vestido. A diferencia de las mujeres adultas, las niñas podían llevar el cabello recogido en media coleta por lo que el resto caía por su espalda, hay que recordar que el cabello siempre se ha considerado como un elemento seductor en las mujeres.

Twill walking skirt
Twill walking skirt

Esta diferencia de color radica en el hecho que Marilla es una mujer trabajadora, ya que quedó a cargo de Green Gables desde muy joven. La falda que ella usa se le llamó twill walking skirt. Durante el fin del siglo, además de la Belle Èpoque, sucedieron varios cambios, uno de ellos fue la inserción de la mujer al campo laboral y al de la educación. La mujer dejó de ser el ángel del hogar para convertirse en griseta (costurera), profesora, médico y repostera, por mencionar algunos oficios, artes y profesiones. Esta continua actividad requería que la vestimenta la dejara moverse con facilidad, por lo que las faldas dejaron de tener varias enaguas, crinolinas, polisones y colas para ser ligeras y cortas[1].



Marilla confeccionaba la ropa en casa en lugar de ir a una modista. Era común en la época ir con una grissette para la confección de la ropa a la medida. Las costureras tenían amplias nociones de la moda francesa, ya que París era la capital cosmopolita del mundo y fue el lugar en el que se concentró la producción cultural que permearía en los imaginarios de latitudes tan lejanas a Francia como México.


II


Las publicaciones periódicas promovieron la moda francesa a través de litografías, litograbados o grabados de figurines. Los cronistas se encargaron de configurar un discurso que ilustrara al lector sobre la moda francesa y los accesorios adecuados para la temporada y para cada evento. Tanto hombres como mujeres se preocuparon sobremanera en seguir la moda y en lucir más que presentables durante los paseos, la iglesia, las soirées y los cotillones.


Esta litografía corresponde a uno de los figurines que aparecieron en la publicación de El Iris (1821) dirigida y fundada por Linati, Heredia y Galli. 
Después de la Independencia de México, la ciudad letrada estuvo interesada en forjar ciudadanos, por lo que las publicaciones periódicas sirvieron para deleitar al mismo tiempo que se educaba. La educación no persiguió otro fin más que la erradicación de “la barbarie” a través de la homogeneización de la sociedad, la apropiación de costumbres y europeas y por supuesto, la adquisición de modas en las que el huarache y el rebozo fueron objetos pertenecientes a las clases marginadas del país.

A partir de los 14 años, las mujeres dejaban de vestir como niñas. Usaban corsé, polisón, crinolinas, faldas largas con varias enaguas debajo y zapatos con tacón. Los vestidos eran de colores llamativos. El corsé y el polisón cumplían la función de acentuar la cadera y achicar la cintura y mejorar la postura, con ello se lograba una figura de reloj de arena o de “S”. Se creía que el tamaño de la cintura era equivalente a la edad de la mujer, así si una joven tenía 22 años, su cintura me diría 22 pulgadas; por la que muchas mujeres optaron por "esconder su edad" reduciendo el número de pulgadas de su cintura.


El cabello de la dama debía estar recogido y resguardado con un sombrero que cambiaba de acuerdo a la última tendencia. Los zapatos debían ser diminutos y a la talla porque una mujer ante todo debía tener la cintura, las manos y los pies pequeños. Los zapatos se asomaban apenas cuando la falda lo permitía, ya que era impúdico que un hombre viese esa parte del cuerpo.


Las damas se arreglaban para los demás con la finalidad de conseguir un marido. Las mujeres durante el siglo XIX fueron consideradas como seres indefensos e inocentes, incapaces de aprender y aprehender conocimientos complejos. El estar junto a un hombre le garantizaba el uso y goce de su herencia (en caso de existir), una posición social y un apellido. Por consiguiente, las mujeres debieron profesar la castidad antes del matrimonio, debían aprender los menesteres del hogar y a ser recatadas, a tal grado de reducir su círculo social a unas cuantas personas, entre ellas su madre.


El matrimonio se consolidó como una institución porque aseguraba el porvenir del capital monetario y humano. El adulterio era apenas permitido para los hombres, siendo una afrenta grave cuando lo realizaban las mujeres, ya que no solo atentaban contra su familia sino también contra la honra del padre y la de sus hijos. Seguramente ahí nació la frase: “la paternidad es un acto de fe porque no es comprobable”.


III


La calle, dominada por el sexo masculino, era permitida para una mujer únicamente si iba acompañada de un caballero o chaperón, ya que su lugar estaba en su hogar a lado de sus hijos. No era común que una mujer saliera sola a ejercer su derecho de libre tránsito.

Por consiguiente, se vestían para el otro, no para sí mismas. La ropa era elegida con cuidado y con buen gusto para demostrar decencia, recato y posición económica. Con ella lograban que los hombres las miraran, la afortunada sería elegida de entre un grupo de señoritas. El matrimonio le traería responsabilidad cargada con ápices de respeto. Una mujer casada y con hijos había cumplido el decreto divino de “creced y multiplicaos”, por lo que sería aceptada en cualquier círculo social.


Pero regresemos a la ropa. Durante este siglo una pareja no podía permanecer a solas, ya que la mujer ponía en riesgo su honra y pureza. Para que los jóvenes amantes pudiesen mantener un diálogo encriptado surgieron varios lenguajes: el del abanico y el del pañuelo, esta última prenda era finamente perfumada para ser regalada al galante mozo, dueño de los suspiros de la dama.


El abanico y el pañuelo, más que funcionar como accesorios, permitieron a las parejas entablar un diálogo íntimo, por lo que no faltaron jamás en el atuendo de las damas. Algunos periódicos de la época dedicados “al bello secso” incluso reprodujeron esta práctica en forma de manuales.


La prohibición de que la mujer se relacionase con el sexo opuesto y los conceptos de delicadeza y maternidad, aunadas a la instrucción clerical, la formación en casa y las novelas románticas de la época conllevaron a que la mujer tuviese una nula educación sentimental. Aunado a ello, la sexualidad femenina era un tabú, incluso el galeno no podía tocarlas durante una consulta médica. Algunos médicos de la época pensaban que la menstruación era una enfermedad que podía llevar a la mujer a la locura o a la muerte por perder tanta sangre. En la serie de Anne está muy bien expresada la idea anterior, la sexualidad femenina tiene que permanecer en la sombra porque es algo que causa vergüenza.


IV


Las escuelas de damas [2] aseguraban que sus estudiantas saldrían directamente a la iglesia para contraer matrimonio, por lo que el futuro de las mujeres se veía reducido a casarse. Las mujeres se casaban jóvenes, sus maridos muchas veces eran mucho mayores que ellas o viejos viudos; hombres experimentados tanto en lo sexual como en la vida en pareja. La mujer pasaba de vivir con sus padres a vivir con su esposo, ella había sido educada para complacer y servir, mas no para ser ella misma.


Para concluir, la ropa es un elemento clave para la configuración histórica de un periodo, afortunadamente en este siglo tenemos la oportunidad de ver series ambientadas en una etapa histórica, revisar documentos hemerográficos y admirar pinturas de la época sin salir de casa, por lo que nuestro imaginario se nutre no solo a través de la palabra escrita sino también por medio de los elementos visuales que los mass media nos proporcionan.

La moda si bien ha sido una expresión artística también ha sido cárcel y verduga de quien la usa y son las mujeres quienes se han llevado la peor parte a lo largo del tiempo, hasta el punto de ser configuradas únicamente con base en su apariencia.



NOTAS

[1] A diferencia de las mujeres de clase acomodada que salen en la serie, quienes vestían con largas faldas, corsés ajustados y mangas amplias. [2] En México se les llamó con el mote de “amigas”.







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