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  • Máximo Argote

La visión del achichincle

Descubrimientos recientes, por así decirlo, de documentos históricos nos han ayudado a cuestionarnos sobre los sucesos que marcaron el rumbo del devenir de los pueblos mesoamericanos y sudamericanos hace poco más o menos quinientos años. Entendemos ahora que los libros que tratan la historia nacional desde nuestras enseñanzas básicas y hasta las de nivel medio superior, se quedan cortas en la versión que aprendemos de cómo es que vino este giro dramático a arrancarnos no sólo las riquezas materiales que veían los europeos en el oro y la plata, sino también nuestras tan ancestrales raíces que nos habían heredado conocimientos sobre la naturaleza y el cosmos desde milenios atrás.


La fragilidad de la historia hace posible que en tan sólo instantes, años que en el correr del tiempo son el equivalente a un suspiro, haya un golpe abrupto que cambie el mundo tal y como lo conocemos de una manera a la que podemos llamar, con nostalgia, trágica, pero que resulta por demás interesante comprender los hechos tan fielmente como sea posible. Muchas veces la historia indígena, aquella que se nos presenta como ‘la conquistada’ se nos muestran como pueblos afables, inofensivos y hasta sumisos, contrario de la imagen que tenemos de los españoles allegados allá por los mil quinientos, de arrasadores, exterminadores, bestias devoradoras fuera de control que arrasaron todo a su paso. Algo hay de verdad en lo que ahí se afirma, pero ni los unos eran tan tan, ni los otros muy muy.


Aquí hay que comenzar por entender que el contexto en el que vivimos en este espacio-tiempo, es algo in extremis, alejado de lo que la gente de aquel entonces percibía, tanto de un lado del charco como del otro. Además del lugar común del choque de los mundos, hay que comprender que del lado mesoamericano había una forma muy distinta de organización de las sociedades y del comportamiento del individuo que ya no empata con nuestra cosmovisión occidentalista, más cercana a la concepción europea de cómo crear un sistema político, económico y cultural. Si bien los mesoamericanos basaban sus gobiernos en algo parecido a las monarquías europeas, tenían que ser, por fuerza, muy distintos, ya que estaban vinculados a sus conceptos teológicos, muy diferentes a lo que podría representar el cristianismo como base de la erección de un rey en Europa.


Resulta pertinente rescatar la idea de la guerra civil de los pueblos mesoamericanos más que la de la conquista avasalladora por parte de los españoles. Más bien la presencia de estos últimos fue el detonante, la gota que derramó el vaso, de lo que ya resultaba inminente sobre un imperio que quizás no se tambaleaba desde sus cimientos, pero que sí se veía en constante amenaza de los pueblos enemigos y los no tan enemigos, que se sirvieron de las novedades que traían los europeos para dar el zarpazo final a la cultura dominante.


Lo que ocurre en la entonces naciente Nueva España no es nada nuevo en comparación a lo que ocurrió en otras latitudes. Entiéndase que lo mismo pasó por ejemplo, con el Imperio Romano, tras mil años de hegemonía en el Mediterráneo; o incluso lo que venía de ser reciente en la misma España, tras la caída de la ocupación árabe de siete siglos en la península Ibérica, que además fue usada como pretexto de la próxima invasión, pues los hijos del apóstol Santiago, se sintieron premiados por la mano divina al descubrir las Américas. En ambos eventos antes mencionados, no hubo un corte de tajo y se comenzó de cero, sino que en realidad sobrevinieron sendos reacomodos en la forma de la administración política, económica y social de los territorios que ocupaban estas culturas.


Los mesoamericanos buscaban ese nuevo orden para beneficio de sus propios pueblos, pues no era menor el poder y las riquezas de la nación azteca. Con ello, esperaban convertirse en una nueva cultura dominante y además deshacerse de los pagos tributarios que mermaban las arcas de sus ciudades. Luego resulta injusto, por ejemplo, condenar, por los siglos de los siglos, a los tlaxcaltecas a quienes se les ha pegado la etiqueta de traidores. No fue una traición como tal la insurrección que ellos y otros pueblos como los totonacas o los texcocanos lograron con tal de deshacerse del yugo mexica.


Cierto es que posteriormente el sincretismo sería un impedimento para recobrar la normalidad antes de tal suceso, pero eso ya resultaba inevitable e inherente. Fue aquí donde aquel puñado de españolitos, que por supuesto estaban abrumados no sólo por las riquezas de las ciudades, sobre todo de Tenochtitlan, sino además por la sabiduría de los pueblos y su manera de coexistir de una manera tan franca con la naturaleza, decidieron arrimarse a las diferencias que había entre los mesoamericanos y sacar partido y ventaja ante tal oportunidad política, más que militar, pues por muchas armas de fuego que hayan tenido, en realidad no hubieran podido arrasar con la población sin morir en el intento.


Así pues, se convirtieron en los achichincles de los poderíos militares locales a los que es innegable que contribuyeron con sus tácticas importadas desde el Viejo Mundo, y que sólo se sentaron a esperar que el resultado de la cizaña que fueron implantando con tal de cumplir su cometido, pero allá en Europa: El reconocimiento de la Corona Española a la conquista por parte de un capitancillo, y con ello la concesión de la hacienda y de títulos nobiliarios de los que carecía Cortés, pero que codiciaba sin duda, pues él mismo expresó sus deseos de ser gobernador o virrey de la Nueva España, y más aún su descendencia se propuso la primera idea independentista con tal de hacer su propio reino de este lado del Atlántico.

En conclusión, este fragmento de la historia, bien tergiversado a conveniencia de los invasores, y poco o nada registrado desde la perspectiva mesoamericana, está muy lleno de misterios que se han perdido en el tiempo, y del que se puede apenas armar un rompecabezas al que le faltan muchas piezas como para poder contar la historia real y completa de cómo fueron aquellos grandes pueblos y cómo se dio este golpe brutal para la historia de la humanidad en la que se encontraron dos mundos, uno tan distinto del otro. En nuestros días, no podemos más que conformarnos con la visión del achichincle para poder apenas y comprender un poco de nuestro pasado como pueblo y como nación heredera de aquellos que ya nunca volverán.


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