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  • Writer's pictureJ. C. Colón Gurrola

Rayos

Al Dr. Cándido Pérez y Juan Villoro


Se dio la noticia hace unas semanas de la desaparición de los movimientos –mal merecidos, mal planeados– de ascenso y descenso en la Liga MX, para dar pie a una mentada Liga de Desarrollo o Expansión y a una unión de ligas norteamericanas, en pos de un crecimiento futbolístico en la zona, que encubre beneficios económicos. A partir de pláticas entre los dueños de los equipos, algunos con más injerencia que otros, patrocinadores, y el presidente ejecutivo de la Liga, en apariencia bonachón, Enrique Bonilla, y en ausencia de jugadores, tanto de la liga de ascenso como de primera división, se maquiló esta barrabasada. La decisión cruel muestra la indiferencia hacia el balón, hacia los jugadores (Bonilla «dijo un par de veces que los jugadores que muestren nivel tendrán trabajo, o –agregó burlón– pueden ir a Panamá y más lejos aún, hasta donde su talento los lleve»), pero sobre todo la poca consideración que tienen hacia los aficionados.



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Enrique Bonilla, no me pregunten por qué, me recuerda en apariencia al Joaquín Pardavé de Los hijos de don Venancio, que en un partido que disputan una selección extranjera y el Atlante, en el parque asturias, va a apoyar a su hijo, Horacio Casarín, que juega para los potros de hierro. Que en la época de oro del cine mexicano se haya volteado al futbol refiere la importancia que tenía el deporte en sus primeros años para la sociedad, sobre todo por las señales que nos da el largometraje en cuanto a la relación identitaria que se da entre los aficionados y su club.

El Necaxa, los electricistas, es muestra del sentido de pertenencia que atraía a los aficionados en esos años. En los años veinte, década de su fundación, dirigida por el entonces gerente general de la compañía de Luz y Fuerza, William H. Frasser, quien en un afán de promover el deporte en la compañía, unió al equipo de la empresa con el Tranvías, para formar una escuadra más competitiva [1]. El equipo fue imán de los trabajadores y sus familiares, hecho que lo fue convirtiendo en un club popular respaldado por sus logros: en los treinta, fue el primer campeonísimo del futbol nacional al ganar varios títulos, lo que lo llevó a representar al país como selección; también por esos años, motivó uno de los primeros mitos del futbol nacional: “los once hermanos”, a los que se sumó una de las primeras estrellas del balompié mexicano: el Chamaco Casarín.


En 1943, desapareció el club por la profesionalización del futbol, según Wikipedia debido a que para los dueños «el espíritu deportivo del Necaxa no concuerda con la comercialización del balompié Mexicano». Durante ocho años el equipo fue sostenido por el Sindicato Mexicano de Electricistas; durante esa administración, los trabajadores lograron que el equipo volviera a formar parte del máximo circuito.


Fotografía: clubnecaxa.mx


Durante décadas, el Necaxa ha capoteado su destino. En un tiempo se convirtió en el Atlético Español, injuria que fue deshecha por Grupo Televisa en 1982, a cierto costo. El club encontró una estabilidad en los años noventa, que lo llevó a convertirse en el equipo de la década. Enrique Borja, como presidente, puso en Manuel Lapuente y Raúl Arias a los orquestadores de un grupo de jugadores con mucha personalidad. Del Necaxa de Lapuente me vienen los nombres de Nicolás Navarro, Aspe, Peláez, Aguinaga, Luis Hernández (sin tinte), el Picas y el Cuchillo Herrera, Nacho Ambriz, y recuerdo bien al Ratón Zárate, quien era de esos jugadores que no querías que te ganaran cuando jugabas al gol-para; también compartía lugar como la mejor greña con Braulio Luna, mi debilidad por los 10.

Fotografía: FutbolSapiens.com


Es raro hablar de equipos a los que les tienes cierto cariño, pero no les vas. El Necaxa del Invierno 98 fue mi Quijote que desfiso agravios y enderezó entuertos en la final del torneo contra las Chivas, después de que el rebaño eliminara a los Pumas en la semifinal. En el partido de ida (0-0), las dos escuadras tuvieron sus oportunidades, pero hasta ahí. Raúl Arias fue expulsado por malentendidos y parecía que Chivas se coronaría en la vuelta; el primer tiempo en el Jalisco fue protagonizado por Adolfo Ríos, entonces guardameta de los rayos, y su suerte (lo digo por eso de «portero sin suerte no es»), ya que hubo dos tiros al travesaño, además, atajó un penal; el Guadalajara quería campeonar y Luis García anduvo obnubilado esa serie, tal vez por lo que le hizo una semana antes al equipo que lo debutó. Al inicio del segundo tiempo, Salvador Cabrera hizo el primero para el Necaxa, tanto que desmotivó al rebaño, y casi al finalizar el encuentro, el charrúa Sergio Vázquez decretó el marcador final a pase de Hermosillo. A este equipo del 98 se le suman los nombres de Sergio Almaguer, De la Torre y Montes de Oca.

Tiempo después, los rayos ganaron su pase al primer mundial de clubes que se celebró en el año dos mil en Brasil, donde hicieron más que un buen papel al obtener el tercer lugar, ganarle al Real Madrid y al Manchester United. Ese fue mi último gran recuerdo del Necaxa; de ese equipo juegan en mi mente Cristián Montecinos, con un look que remitía a los Toros Neza, y el Popeye Oliva, que para mí era un integrante más de Los Tigres del Norte que los fines de semana hacía deporte.







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A la postre fue un equipo echado a la suerte por sus dirigentes, empezando en el dos mil dos cuando, al ser dueños de dos escuadras que disputaron la final, América y Necaxa, ponderaron el triunfo de los azulcremas: los rayos que parecían tener el título en las manos después del partido de ida, a la vuelta simplemente no aparecieron en la cancha, situación que se presta a malos pensamientos. Al año siguiente el equipo fue mudado a Aguascalientes, los dueños lo desarraigaron de la capital y de sus aficionados, sin miramientos. Después de varias malas temporadas, en el dos mil nueve, los hermanos, propiedad del mismo patrón, protagonizaron un episodio parecido a un pasaje bíblico donde los hidrocálidos fueron sacrificados en pos de su hermano águila. La escuadra bajó al averno del descenso, para volver un año después, volver a caer y ascender en dos mil dieciséis.


Ahora, desde Aguascalientes buscan su nueva identidad con otros propietarios. Ese equipo de los noventa que me tocó ver es tal vez el motivo sentimental de los pocos pero íntegros aficionados al Necaxa que conozco, también fue la causa de esta relación que solo me puso triste porque Bonilla no es Pardavé, en cambio se parece a Derbez.


[1] Para más referencias sobre el nacimiento de algunos equipos de futbol en Latinoamérica y su origen en ambientes proletarios, pueden consultar el libro Historia mínima del fútbol en América Latina de Pablo Alabarces.


Referencias


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