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  • Writer's pictureJ. C. Colón Gurrola

Vuelta de tuerca, azul y oro

Hace casi dos años leía que era nombrado el ingeniero Javier Jiménez Espriú como secretario de Comunicaciones y Transportes de México, ah chis ah chis, se me salió mientras se me figuraba una mueca de incredulidad, sorna, trakatrá. ¿Te acuerdas cuando te contaron lejanas verdades, de oriente para ser más precisos, de los reyes magos?, así recuerdo la relación del ingeniero con los pumas, un bocaza medio pancista, a partir de un conflicto que se suscitó en su gestión con los jugadores Gerardo Torrado y Luis Ignacio González; de lo que se destapó después, me vengo a enterar ahora.


De Gerardo Torrado recuerdo muy poco, casi nada, el 6 en el dorso, su juventud, güerez, su visibilidad y trascendencia en el primer equipo al final del siglo (forma parte de la generación de seleccionados nacionales donde figuraban Rafa Márquez y Daniel Osorno), y que en el 2000 salió por la puerta de atrás del club rumbo a España, por sus aspiraciones y la reticencia de la directiva auriazul; después, a su regreso al futbol mexicano, tendría un papel en el llamado «pacto de caballeros». Del Gonzo, Luis Ignacio González, recuerdo mucho más, el 8 a la espalda, su pegada, complexión, genialidad y su gol contra el Bolívar; en el equipo tuvo dos etapas, ambas respaldadas por Hugo Sánchez, la primera en el otero hasta que pidió un reajuste a su salario, acción que fue mal vista por los mandos del club, el vicepresidente Espriú y el presidente Guillermo Soberón, otrora rector de la Universidad y promotor en 1975 de la «Asociación Civil que a partir de ese momento administraría al Club, como paliativo a una difícil situación financiera de la Máxima Casa de Estudios». (PumasMX) Él como rector era el fuelle del equipo de los setentas, aquel que forjó cierta ideología de los pumas, un portento, muchos aseveran con tono perentorio que fue la época dorada, sería exceso, un tantito ufanarme, si repasara los nombres que surgieron de la cantera y que vistieron la playera de un puma cachetón de 1973 a 1981.


La dupla Espriú y Soberón llegó en 1998 tras la muerte de Guillermo Aguilar Álvarez, hijo, en noviembre de 1997, defunción que marca el término de una etapa que comenzó en 1975; este trance provocó un cisma en la administración del club. Los personajes al mando de un equipo que no desconocían tuvieron como primera decisión polémica el nombramiento de Roberto Saporiti, técnico ajeno totalmente al club, ¿situación que no acaecía desde que Jorge Marik dirigió al equipo en 1976?; el timonel argentino, integrante del cuerpo técnico de la selección argentina campeona del 78, dirigió a los pumas que más admiré o de los que más me enamoré: Campos, Beltrán, Oteo, Carreón, Cariño, I. López, Sancho, Zermatén, Ochoaizpur, Álvarez, Zambrano y Olalde… nombres que llegaron a una semifinal polémica contra chivas (decisiones arbitrales y un monedazo volador al Tuca).



Y vinieron los malos resultados. Saporiti fue cesado, rompimiento que dio oportunidad a Rafael Amador, técnico de casa que pasó de noche, y a Hugo Sánchez en el Verano 2000: en su primera época como entrenador veía a un equipo con garra (dispénseme el lugar común) y a Hugo como un técnico motivador, más que un gran estratega (cualquier alma puma fue motivada en aquel estío).


Antes de iniciar el Invierno 2000 sucedió el desencuentro Torrado–el Gonzo y la directiva, conflicto en el que malamente el pentapichichi metió sus narices, pues se le pidió no intervenir (se dice que animaba a los jugadores a destacar, a ser ambiciosos no solo en lo económico, motivo que suscitó el conflicto, en el que también fue juez y parte del acuerdo entre el joven Gonzo y la directiva). Esta desobediencia le valió a la postre su despido y un pleito casado con Espriú, al que llamó tiempo después “ratero y rata rinconera”, porque el río suena agua pasa por mi casa.


Eran evidentes para finales de ese año las malas maneras del club, en lo deportivo y el manejo de recursos. Habían hecho de los laguneros –con la venta de Carlos Cariño y el Iguala Carreón– y de los tigres –que en algún momento fueron llamados «los pumas del norte» por incorporar a Oteo, Sancho, Olalde, Santillana y Claudio Suárez– buenos clientes, pero el dinero de esas ventas poco se vio o se fue en la chistera, vayamos a saber...; en cambio, llegaron jugadores de los llamados petardos, en ocaso, casi fundidos: Donoso, Capi Ramírez Perales, Yegros, Glaría, Marcelino Bernal, Adrián Chávez, capitán de autogol Miguel España, etc. A su vez se firmaron nuevos contratos con Nike y una televisora, también se dio entrada a Banamex como principal patrocinador; sin duda se generó mucho capital durante la estancia del vicepresidente. Miento constantemente al ingeniero y no a Soberón porque a televisión abierta, En Caliente, programa conducido por un rubio José Ramón Fernández, el presidente detalló las responsabilidades de su subalterno: la operación del club, de lo que sucedía al interior del equipo y de la relación que tenía la asociación civil con la Femexfut. [1]


El presidente en cualquier mañanera podría firmar esta frase de Astucia, «ahora tenemos manos puras, y antes había puras manos», cuyo conocimiento literario sería irónico si rememoramos lo mal parado que quedó como vicepresidente el ingeniero, actual secretario de Comunicaciones y Transportes. Puras suposiciones al final de cuentas. A los días que se sabía de su actual nombramiento salieron notas en diversos medios, por ejemplo, en Plumas atómicas titula en una nota del 30 de octubre de 2018: «Espriú, acusado de malversación en Pumas».


Una investigación un poco más curios me llevó a la nota de La Jornada del 9 de julio del 2001: «Pumas olvida a sus fuerzas básicas; prefiere la cantera de Guillermo Lara», donde se trata la relación del vicepresidente con el promotor Guillermo Lara (celestino de las incorporaciones: Mauricio Donoso, Joao Baptista y Leandro Augusto) y Roberto Zermeño, quien decía ser dueño de la carta de Leandro. [2] La página Fieramanía hace constar el embuste que se dio entre Espriú, Lara y Leandro, quienes dieron albazo a la directiva esmeralda panzona. Finalmente, el susodicho representante terminó demandando a Pumas la cantidad de $410 mil dólares por la venta de Baptista, pionero en eso de las cartas de naturalización falsas. Y no me olvido que en su regencia, Espriú fue también miembro de la junta de gobierno de la UNAM, voz en la huelga del 99, hecho histórico que enmarca una etapa nómada del club, motivo de otro cantar.


Tantos números y dimes y diretes e intereses dieron al traste con mi inocente afición, ya lloraba por derrotas contra el américa, y sigo llorando por muchas cosas y me enojo por el pata chueca y los que no quieren jugar y…. ahora evito voltear a los cielos del infrahumano interés monetario del balón, sigo viendo con cándidos ojos los partidos de pumas, ¿quién les dijo que el fútbol se jugaba con un balón con un imán dentro?, a los tramposos, pamba china.


En agosto del 2001 presentaron su renuncia Soberón y Espriú, este llegó a ser nombrado «el americanista infiltrado», secundando a un maltratado por las circunstancias Mejía Barón. Se plantaron en un pumas de nuevos bríos Luis Regueiro y un tal Elías Ayub, egresado de la Anáhuac y aficionado de los pumas, que terminaron cediendo a la comercialización del Club Universidad Nacional AC; yo en el 2001 anhelaba el retorno de Hugo Sánchez, regresó, los pumas fueron campeones y los pumas de los noventas se perdieron en mis mejores recuerdos.


En resumen, suscribo lo que dice Jorge Ernesto Witker, gran puma, en una columna de Proceso por esos tiempos: «A los seguidores de los Pumas nos han ido matando el entusiasmo de a poco. Hasta no hace muchos años, irle a la UNAM era elegir un modo distinto de entender el juego. Requería de bastante romanticismo. Se apoyaba a un club que tenía una política distinta a la de los demás. El éxito no se medía exclusivamente con títulos o triunfos, Pumas era más que eso».



¿Te acuerdas cuando un lustro después te volvieron a contar esa verdad de los reyes magos y ya no te impresionó?, porque ya se había develado la tramoya de intereses del futbol mexicano, de mis pumas que ya no eran míos. Al fin de cuentas párvulo de once años. Ahora veo en Espriú el ave de mal agüero que vaticinaba la extinción Puma.


PS. Dispense el atento lector el cansancio en sus oclayos. Este fue un galimatías sin proselitismo alguno.




[1] También, en esa entrevista, la cúpula del club presentó a su equipo rumbo al Invierno 1999, mencionó los valores de la institución, la formación integral que tenían los jugadores de cantera, características que los distinguía. Me llama la atención la negativa al ánimo comercializador del fútbol mexicano por parte del ingeniero, quien sin embargo, consideraba la inversión privada para mejorar la situación económica de pumas. Respecto a la venta de canteranos mencionó que la prioridad es el jugador y después los beneficios del club, no olvidemos el caso Torrado–González. (En caliente: Jimenez Spriu, 1999)


[2] En esta nota sobresale una de las vertientes que originaron el conflicto que se dio entre Hugo Sánchez, Torrado y el Gonzo, por un lado, y Espriú, en el otro, el caso es que la animadversión se debió a que el vicepresidente no quería negociar con promotor alguno, por ello no hizo caso a las proposiciones de José Manuel Sánz, representante de esos tres mosqueteros.

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